El pecado del hombre requería una muerte. Las enfermedades del hombre necesitaban una cura. Al poseer el mismísimo Espíritu del Todopoderoso, el Hijo honró la voluntad de su Padre. Jesús, quien se vistió en la carne del hombre a través de un nacimiento virginal, vino a la tierra y se convirtió en el único proveedor de lo que más necesitaba este mundo temporal e imperfecto: el bálsamo curativo de Galaad.
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